lunes, 24 de octubre de 2011

Y ¿qué me queda del Viejo y el Mar?

¿Y…CUÁL  ES MI MAR  Y CUÁL ES MI PEZ?
Por: ASTRID  GÓMEZ PERALTA


El texto de “El Viejo y El Mar” inicia con dos datos precisos: “era un viejo que pescaba sólo en un bote” y “hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez”.  Esta información me permite ubicarme en el contexto, pero de manera especial en un posible sentir de Santiago.

Me llama la atención que era “un” viejo, “un” bote, y “84” días.  Inmediatamente me he remitido a relatos que ahora se me ocurre relacionarlos: La salida del pueblo de Israel de Egipto, su travesía por el desierto duró 40 años. El diluvio donde está el gran personaje Noé duró cuarenta días sobre la tierra. Las aguas crecieron y levantaron el arca, y se elevó sobre la tierra. Jesús llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo y, habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre. El viejo Santiago duró ochenta mas cuatro; el viejo ha doblado la totalidad de las cosas terrenales.

Lo anterior me muestra como diferentes personajes han vivido según su proyecto.  Y realizan su proyecto de acuerdo a las circunstancias, moldean con sabiduría la arcilla de sus vidas de acuerdo al escenario.  Pero encuentro escenarios muy dicientes para la existencia humana: desiertos y mares. Dos extremos. Parecieran ser antagónicos pero en el fondo revelan una realidad: la fragilidad y hondura a la vez del ser humano en la soledad, allí en el silencio del alma donde sólo habita la conciencia. El desierto como lugar esteril, árido e infecundo; el mar como lugar inestable, profundo y desconocido, sumamente fecundo y habitado en su interior; los dos con un elemento común: el sol ardiente. Es allí donde la persona se templa en su esencia más íntima, donde sólo se cuenta con la riqueza del ser y así como es el día de luminoso y quemante, también la noche es oscura e intimidante. Sólo allí se logra la auténtica revelación de sí.

Estos personajes citados emprenden su travesía por un objetivo claro, el viejo sabía qué quería, qué buscaba. Hoy me permito retomar en discernimiento mi proyecto de vida, ya muy decidido y felizmente caminado, pero con un muy necesario alto en el camino… ¿en qué escenario estoy viviendo? ¿Cuál es el mar en el que mi existencia se planifica? ¿Cuál es el pez que busca y se convierte en brújula de mi ruta? Estos personajes vivieron con intensidad, con altura y elocuencia. Santiago cuando llegaba a la orilla sin nada en su bote nunca perdió la esperanza, sus canas le permitían tener la seguridad de otro día, otra oportunidad, otro compartir, otro mar y otro pez. Esto me hace pensar en mi vida y lo que he hecho con ella, la manera como he asumido los triunfos y fracasos, los momentos en que mi vocación ha sido fecunda y los momentos en que ha estado árida, o ¿ha estado en un mar agitado? Y me pregunto nuevamente ¿cuál es mi mar? ¿Cuál su profundidad? ¿Cómo es mi bote? Es mas ¿tengo bote propio o es ajeno?

Pero hay en lo cotidiano de la vida muchos Manolos que ayudan a que esta sea fecunda y expresan frases como “Hay buenos pescadores pero nnguno como usted”, es cuando la vida cobra aliento y encontramos sentido en el amor de otros y para otros. Es cuando se descubre que podemos se “Manolos” para otras personas y hacer sentir que son dueños y señores de su mar, que son dignos de lograr buenas pescas, escelentes presas y no ser precisamente arrebatadas por tiburones intespectivos de la vida. ¿Pero, se podrá luego de la lucha y la entrega “Sentir lástima por el pez que había enganchado”? ¿Acaso no era este el objetivo? Qué bueno tener la meta precisa para no luchar por cualquier ilusión sino por aquello que con certeza se encontrará y dará plenitud. El pez que pique será digno de mi carnada, yo seré digna de mi pez. El diálogo se establecerá porque mi pez no puede ser perecedero, por el contrario será atracción para otros de forma que mi bote se llene con los peces que el mar me dé.

También comenzaré “a decir oración mecánicamente”, no mecánicamente no. Con Él dialogaré. En la mar de mi existencia será Él la presencia real de compañía, no la ilusión de quien no está, sino la fuerza de quien ama y está presente porque mi vida no será un “pedir prestado para luego pedir limosna” sino la expresión máxima de la riqueza y entereza humana.

Entonces no tengo duda de mi mar. Mi mar es la experiencia gozada del amor de mi Señor que bate sus aguas en la dulzura de la vida y mi pez será su amor revestido en santidad personal y comunitaria. 

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